Cuando Barcelona era 'la ciudad de las bombas'

Atentados anarquistas

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, con el anarquismo en retroceso en el resto de Europa, el movimiento implosionaba en nuestro país y en Barcelona en particular. ¿Por qué?

Representación del atentado en la procesión del Corpus en Barcelona, 1896

Representación del atentado en la procesión del Corpus en Barcelona, 1896

Dominio público

Procesión del Corpus Christi en la barcelonesa calle Canvis Nous. 7 de junio de 1896. Una bomba estalla al paso de la comitiva con un resultado de 12 muertos y 44 heridos. El atentado se atribuye de inmediato al anarquismo y desata una represión a gran escala que desemboca en los denominados procesos de Montjuïc. Los detenidos se cuentan por centenares.

El atentado supuso el punto culminante en la etapa de violencia terrorista que, si bien se vivió en diversos países europeos, tuvo en Barcelona su más sangrante escenario.

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Aquel fenómeno de terrorismo político estuvo siempre ligado –directa o indirectamente– al anarquismo, opción política que por su talante individualista y antisistema fue un auténtico caldo de cultivo para el desarrollo de una vía de violencia que sus propios componentes bautizaron como “propaganda por el hecho”, o “por la acción”.

La lucha obrera

El anarquismo nació a mediados del siglo XIX, a raíz de las teorías del politólogo ruso Mijaíl Bakunin. Este aristócrata renegado sentaría las bases del movimiento, que se identificará por su afán por destruir cualquier forma de organización estatal. Entiende que el poder es una forma de opresión del ser humano y que, por tanto, se debe abolir el Estado.

Durante el último cuarto del siglo, algunos gobiernos europeos mostraban un cambio aperturista hacia los representantes políticos de los trabajadores, bajo la condición de que se abandonaran las formas violentas de la lucha política. Muchos líderes obreros optaron por esta vía, llamada legalista. Los anarquistas se negaron.

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Mijaíl Bakunin. 

Terceros

Con el siglo en sus últimos pasos, el anarquismo europeo se encuentra en claro retroceso frente al notable avance de las opciones socialistas y comunistas entre el proletariado. Será sobre todo en España, y más concretamente en Barcelona, donde se ponga en práctica la trágica vía de la propaganda por el hecho. ¿Por qué?

España, caso aparte

Es difícil concretar las causas del intenso arraigo del anarquismo en España. Sin duda, una de ellas estriba en que fue la primera ideología obrera que penetró en el país, gracias al italiano Giuseppe Fanelli. Fue el enviado por la Asociación Internacional del Trabajo (AIT) a España para guiar al proletariado durante el sexenio democrático que siguió al destronamiento de Isabel II. El caso es que Fanelli confundió (intencionadamente o no) el programa de Bakunin con el de la propia Internacional, lo que hizo que fuera el anarquismo la primera ideología obrera que se extendió en España.

Según algunos expertos, otra de las causas que favorecieron la expansión del anarquismo en la península fue la intransigencia de las autoridades de los primeros años de la Restauración. Esa represión implacable que siguió a la tortuosa experiencia de la Primera República no solo había impedido el normal desarrollo de otras tendencias políticas proletarias, sino que dejó un notable poso de rencor del que se alimentarían las corrientes más radicales de la lucha obrera.

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En opinión del historiador Rafael Núñez Florencio, la delegación española de la Internacional (que por aquellos años pioneros tenía una escasa presencia pública y una organización muy precaria) se vio obligada a tomar “el camino de la violencia sin el menor entusiasmo, sino sobre todo como consecuencia de verse acorralada y sin ninguna otra opción” ante el conservador poder político surgido de la Restauración.

Las condiciones políticas se relajaron con el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta. Ello permitió la fundación de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), una organización con una clara decantación por la vía legalista y opuesta a la violencia. Sin embargo, España marchaba a contrapié de los acontecimientos obreros del resto de Europa (fue por entonces cuando el Congreso Anarquista aprobó la propaganda por el hecho), y la unidad del movimiento obrero pronto se rompió.

Trabajadores de una fábrica textil catalana.

Trabajadores de una fábrica textil catalana.

Enfo / CC BY SA 3.0

Pese a los intentos de impedirlo por parte de los dirigentes de la FTRE, la nueva vía del terrorismo anarquista llegó a España, donde encontró un contexto de lo más apropiado: unas condiciones laborales lamentables tanto en las fábricas como en el campo (especialmente entre el campesinado andaluz) y un nutrido grupo de individuos dispuestos a ejecutar los atentados.

Otra circunstancia propicia para el estallido de violencia eran las escandalosas diferencias sociales, económicas y jurídicas entre burguesía y obreros. Aquella, sobre todo en Cataluña, vivía lo que se denominó la febre d’or: un período de beneficios sin precedentes (permitidos por un conveniente sistema proteccionista) y cuya manifestación urbana más notable fue el enorme crecimiento de la Barcelona del Plan Cerdà.

Mientras la burguesía catalana vivía su particular Belle Époque anticipada, las jornadas laborales de la recién nacida clase obrera oscilaban entre 12 y 14 horas diarias y su esperanza de vida era similar a la de la Edad Media; los niños trabajaban desde muy pequeños en las fábricas; y algunos sistemas de producción –las denominadas colonias– prácticamente obligaban a los trabajadores a gastar sus salarios en el propio recinto fabril (o sea, que devolvían al dueño lo que este les pagaba).

A mantener aquel sistema de desigualdades contribuía también la ausencia de una legislación laboral y de cobertura social para los trabajadores.

Un grabado del Congreso Obrero de 1870 que se celebró en el Teatro Circo de Barcelona.

Un grabado del Congreso Obrero de 1870 que se celebró en el Teatro Circo de Barcelona.

Dominio público

Las razones por las que Barcelona se convirtió en “la ciudad de las bombas” son también difíciles de determinar. Quizá fue la ciudad española en que aquella nueva tensión social eclosionó de manera más evidente.

El estallido de los grandes capitales, de la bolsa, el desarrollo industrial (sobre todo textil) y comercial (especialmente con Cuba y Filipinas), la ostentación de los nuevos ricos, el crecimiento urbano, la llegada de mano de obra del campo, la creación de guetos en el casco antiguo y en el barrio portuario de la ciudad, la aparición de la llamada “conciencia de clase”... Todo aquello sin duda ocurrió antes en Barcelona que en ninguna otra urbe del país. Precisamente allí, en 1870, fue donde se organizó el primer Congreso Obrero que tuvo lugar en España.

Espiral de violencia

La explosión de terrorismo que vivirá el país, y sobre todo Barcelona, solo puede verse como una espiral. Independientemente de la chispa que iniciara el primer fuego, un atentado terrorista provocaba una desmedida represión policial que, a su vez, prefiguraba la consiguiente contestación terrorista.

De este modo, el atentado que inaugura este período, la bomba en la sede de la patronal catalana (Fomento de la Producción Nacional) en 1886, se entiende como una respuesta de las facciones más exaltadas del anarquismo a los sucesos de La Mano Negra tres años antes, una operación policial desmedida contra un levantamiento de campesinos sin tierras en Jerez.

Ejecución de los cuatro supuestos integrantes de La Mano Negra.

Ejecución de los cuatro supuestos integrantes de La Mano Negra.

Dominio público

A partir de ahí, la lógica atentado-represión-atentado se impuso de manera sistemática. A ella no escaparon algunas provocaciones de la policía, que en ocasiones simulaba atentados para poder represaliar al movimiento obrero. Aquella dinámica rompió definitivamente el consenso en torno a la FTRE y su opción legalista, y, en palabras del experto Gerald Brenan, dio paso a “los veinte años más oscuros y peor definidos del anarquismo español”.

La fase inicial

El primer atentado plenamente atribuible a la vía anarquista de la propaganda por el hecho en Barcelona es el de Paulino Pallás, que arrojó dos bombas contra el general Martínez Campos a su paso por la Gran Vía. El atentado hirió levemente al general, algo más a varias personas y mató a un guardia civil. Pallás, que no intentó huir, fue ejecutado, pero antes de ser conducido al cadalso pronunció una frase premonitoria: “La venganza será terrible”.

Ilustración de un periódico de la época sobre el atentado contra el general Martínez Campos (Barcelona, 1893).

Ilustración de un periódico de la época sobre el atentado contra el general Martínez Campos (Barcelona, 1893).

Dominio público

En efecto. Solo un mes después de su ejecución se produjo uno de los atentados más sonados de esa etapa, el del Gran Teatro del Liceo. Se contaron 22 muertos y 35 heridos. La acción policial se inició de manera inmediata. En el mismo teatro se detuvo a dos personas y el 10 de noviembre se suspendieron las garantías constitucionales en Barcelona. Santiago Salvador sería detenido y juzgado por el atentado, declarado culpable y ejecutado.

Mientras tanto, la prensa había emprendido una auténtica campaña en la que se propagó la versión del gran complot internacional anarquista. Esa tesis se contradecía completamente con la lógica de actuación de las células anarquistas. Tanto por ideología como por necesidad estratégica, el anarquista actuaba solo o en grupos reducidísimos.

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Aun así, la policía se empeñó en atribuir los atentados a todo el anarquismo, y, por ejemplo, tras el atentado del Corpus Christi en Barcelona se llegó a detener a cerca de cincuenta supuestos implicados.

La segunda etapa

Con las cárceles llenas de dirigentes anarquistas y proletarios –fuesen partidarios o no de la vía terrorista–, se dio un período de relativa calma en el que prácticamente no se produjeron atentados de envergadura. La violencia volvería a España, y de nuevo a Barcelona principalmente, a partir de 1904.

El continuo estallido de artefactos y el hallazgo de muchísimos le valió a Barcelona el sobrenombre de “la ciudad de las bombas”

Esta segunda oleada terrorista, que se cierra justo antes del estallido de la Semana Trágica, se diferenciará notablemente de la anterior. Los atentados se llevarán a cabo de manera indiscriminada, en lugares públicos (plazas, mercados...) y sin importar el número ni el tipo de víctimas (generalmente ciudadanos comunes). Las acciones, curiosamente, serán rechazadas explícitamente por el anarquismo oficial, nadie las reivindicará y, salvo en contadas ocasiones, no se detendrá a los autores.

El continuo estallido de artefactos y el hallazgo de muchísimos más que no llegaron a explotar le valió a Barcelona el sobrenombre de “la ciudad de las bombas”, que la prensa utilizaba comúnmente en aquellos años.

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Semana Trágica en Barcelona, en 1909.

Terceros

En esta segunda oleada, el número de víctimas (sobre todo mortales) es mucho más reducido que en la anterior. Sin embargo, la cantidad de bombas, petardos y aparatos pirotécnicos que estallan o son interceptados por la policía es muy superior. En numerosas ocasiones, el hallazgo de los arsenales aparecía oscuramente ligado a los confidentes de la policía.

Pese a la menor intensidad, el emplazamiento de bombas prosiguió en aquellos primeros años del siglo XX, promovido o no por el movimiento anarquista. Aquella actividad subversiva cuajó nuevamente en una incontenible espiral durante los sucesos de la Semana Trágica. Pero, para entonces, las causas del estallido popular serían otras y la vía de la propaganda por el hecho de los “agentes secretos” anarquistas era cosa del pasado.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 444 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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